viernes, 12 de diciembre de 2008

Fragmento de la nada más inquieta y desencajada; de la novela, de los cuadros del comedor, de tus miles de sonrisas...

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"...Un ojo tibio, una barba que chorrea, un mate lavado e intomable, de cara a la oscuridad miramos ensimismados como dos adolescentes desnudos, y rechazamos la estupidez de la toalla seca, la iluminación a blanco, y los vasos limpios..."
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N.R.

domingo, 23 de noviembre de 2008

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Parte del Cap. 27 (Novela)
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"Ián deja ir los pensamientos. La caja de Pandora que lleva sobre los hombros desnudos es una boca abierta que escupe y escupe y escupe. Los males del mundo escapan en todas las direcciones. Un fotograma velado, millones de puntitos amarronados, quemaduras de cigarrillo. Ián que fuma como una chimenea, echa el humo hacia arriba y la cabeza hacia atrás. El silencio se revuelve en el silencio, los pasos no conducen a ninguna parte. Hay un pájaro que golpea desde adentro en una ventana cerrada, una melopea que viene muy desde el fondo de algún lado, se la oye lejana, el estado trágico que se mete por los oídos. Ián mira el techo nebuloso del cuarto, las manchas de años, sentado en su silla de madera, tapizada con cuerina verde inglés. No es una melopea, es más bien un grito interminable y monótono, la soledad del ser vuelto a sus concavidades, a sus curvaturas. Es él, Ián, recostado en su silla, en cueros y pantalón de vestir un poco roído, es él, con el interior hacia fuera y la cabeza hecha un globo. Piensa por pensar nomás, sin poder definir su pensamiento, y los restos de la manzana que acaba de comerse empiezan a colorearse, a tomar un tono cobrizo. La mira, mira el cabo vertical con marcas de dientes por todos lados, calcula cuanto tiempo tarda el aire en convertir una cosa en otra. Afuera, la tarde sin sombras, florecida de policromías. El perfume de eucaliptos verdes y el tacto de malvones, afelpados como duraznos. Recuerdos de Suárez que llegan a conmoverlo. Una lágrima rueda desde el ojo derecho, se encausa por los pliegues de la cara, llega al mentón, se suelta, y estalla contra el pecho desnudo. A esa le siguen dos más que se pierden por debajo del cuello..."
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N.R.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Parte del Cap. 26 (Son sólo palabras...)
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"...El tren corría sobre las vías como enajenado, avanzaba tartamudeando. Silbaba su gran lomo de acero en el viento, apartando cuanta alma se cruzara en su camino. Cabeceé un par de veces y volví a caer rendido por el cansancio y el vaho insoportable del vagón. Estaba amaneciendo.
Incorporándome en mi asiento me limpié la baba a los lados de la boca, en las comisuras. Esa baba reseca y enrarecida, densa por la tierra oscura que volaba en el ambiente. Se me ocurrió pensar que así es como nos va ganando la tierra, de a poco, hasta sepultarnos. Cuando abrí los ojos, el tren se detenía en mitad de la nada. Unos techos de chapa y una calesita, una capillita ridícula levantada entre el polvo de un cruce de caminos. Una cubierta inmensa de tractor pintada con aerosol blanco indicaba: “Gomería Don Naides”. El vagón estaba vacío, y sólo yo en él, como un espectro. Me restregué los ojos para declararme definitivamente despierto, y me dispuse a bajar del tren para estirar un poco las piernas. Vista desde fuera, la gran mole de acero ahora quieta, parecía injertada a la fuerza en el paisaje verde y yermo. Anduve al lado del tren un buen rato, fui y vine, desde la locomotora a mi asiento, y de mi asiento a la locomotora. Me senté en el pasto a esperar y un perro vino a lamerme las manos. Le acaricié la cabeza. No había visto a casi nadie en ninguno de los demás vagones. Serían eso de las nueve de la mañana cuando el tren retomó la marcha. Yo me trepé de nuevo al convoy. Escuchando los mugidos que dejaba escapar el maquinista, sentado ya en mi asiento, pensaba en mamá y en Mechi. La curva de los acontecimientos y el murmullo entallado en mi cabeza, desvestía mis angustias a diestra y siniestra. Acá una lágrima mitad y mitad, allá el marasmo de la pena; acá mi rostro secándose al sol y al viento de la ventanilla abierta, allá una corona con flores blancas y lilas que llega antes que el desayuno; acá un cuaderno con anotaciones en birome azul, partes de la novela que aún no acabo, allá el viento que levanta polvo, tierra, hojas y basura. La locomotora que muge otra vez, y yo me recuesto con los pies en el asiento de enfrente, y me pongo a escribir.
Totó me fue a recibir a la estación con la algarabía desaforada de siempre. Abrazos interminables, besos, un sandwichito de salame y queso para ir despuntando el vicio olvidado con tanta comida de ciudad, palmadas en la espalda que casi me dejan sin aire, y un poncho de lana, porque estaba fresco..."
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N.R.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Cap. 25 (fragmento)

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"De cualquier modo las palabras están por todos lados; compadecidas de nosotros, van, vienen, se hinchan en las bocas sin asomarse al vacío, sin hacer oscilar el aire en círculos que tiemblan.
Ahora una tostada estalla, el ruido que hace parece multiplicado por mil, las ondas se agrandan, invisibles, llegan a mis oídos. En mi cabeza se inflaman terminales nerviosas. Y sé que después caerá la tarde, siempre la tarde, siempre cayendo sobre algo o alguien que parece nosotros y que sin embargo no somos nosotros, porque de algún modo permanecemos inmunes al fuego de las horas últimas.
Pero, ¿qué es eso que ahora me turba? El gato maúlla ahogadamente, la garganta de Mechi se abulta de tostada. Silencio. El murmullo se precipita y vuelve a oírse, me araña los tímpanos, me hace temblar. Alcanzo a oír algunas palabras, partes de un recitado muerto. Oigo y el espacio se astilla en pedazos minúsculos; la voz tiene el sonido latoso del eco, de la ignominia, esa pedantería de siglos que el hombre supo forjar, forjarse en el alma, la ciudadela que protege, que lo aleja de otras almas y otros hombres. Es mi voz la que oigo, como venida de una carne que no es la mía. Me dice, «Sos eso que no podés ver en los ojos de los demás, eso que te afrenta cada vez, y que siempre vuelve. El laberinto te ciñe, son tus miedos, te rodean, te apresan. Hombre-laberinto, tu boca escupe el espasmo, la baba torpe, el deseo ingenuo…».
¿Cuándo pasó todo esto, este desandamiaje de mi persona única, este desacople? Mis manos se mueven en las sombras como en un tanteo experimental, aturdidos los sentidos. ¿Quién puede decirse libre de sus propios fantasmas? ¿Quién comprende el todo sin antes asfixiarse con las partes? Absolutamente nadie. El hombre es siempre un río embotellado; a veces hay un quiebre, una abertura, un hilo que se filtra y se deja ver, sentir, pero casi siempre es el muro de piedra, el dique nefasto, alienante.
¡Basta! ¡Basta! Siempre este murmullo que no hace más que confundirme, que nada dice más que lo que ya sé, lo que no ignoro ni por error. ¡Basta, entonces!... Silencio. Las voces.
Mechi me alcanza la última tostada, la como con fruición. Después de todo, quizá solo fuese hambre."
Fragmento Cap. 25, Novela.
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N.R.

martes, 29 de julio de 2008

Pedacito minúsculo del Cap. 24

"De repente Ián se supo solo. Tenía la sensación de haber soñado, y que eso soñado era análogo a esto otro que ahora le pasaba. Tuvo que apretarse las sienes con ambas manos, para liberar su cabeza de la presión perpendicular que lo aplastaba.
Podía andar por Buenos Aires al margen de la ciudad y sus lobos, ir con el cuello levantado y las manos en los bolsillos, intentando discernir sueño de vigilia y vigilia de ilusión, porque de tanto en tanto se le mezclaban las cosas y lo confundía todo. Su pandemonium erecto lo aturdía constantemente, y caía preso de situaciones tales como la que acababa de atravesar. Lo tomaban por loco o por idiota demasiado seguido. Hasta la cuestión más baladí lo dejaba mal parado.

Yo, mientras tanto, avanzo a gatas por sobre el luto de la tía abandonada. Me incomoda un poco la imagen mental persecutoria, la metástasis generalizada de un mal enteramente cerebral y falaz. Siento el cuerpo adolorido, engripados los conceptos, las ideas. La mente sufre y el cuerpo paga, la confirmación de aquello me llegaba ahora involuntariamente de manera violenta. La cabeza me late a tempo, es un machaque imposible de eludir. ¡Didí!, grita el vacío. ¡Muerta!, responden mis ansias, ¡muerta para mí, muerta para siempre! ¡Asesino!, repone el vacío, arrumbado sobre la cáscara de la corporalidad. El llanto trepida en el filo del alma y los ojos. No hay respuesta, el interior calla. Otra vez: ¡Asesino! Y la sombra se cierne en eclipse del ser. Esta vez sí, la lágrima inmensa es liberada sobre el rostro, y yo, que en la soledad del departamento vacío buscaba algo que me hiciese no pensar, me vi sumido hasta la cintura en la más repugnante mierda de la culpa."
N.R.

jueves, 3 de julio de 2008



5

Una lagartija bailotea en el techo,
Los más chicos juegan a cazarla, a matarla.
El vaho de la siesta se vuelve más denso, irrespirable.
La mujer está cansada, le chorrean las sienes.
La lagartija se pierde detrás de un mueble; los chicos salen a la calle.
La mujer respira fatigada y mira la pila de ropa sin planchar.
Le temblequean las piernas. Le suda el alma.
Se quita la blusa y el corpiño, y continúa la labor desnuda.
Las gotas ruedan desde el cuello y se pierden entre sus dos tetas majestuosas.
No podía recordar otro verano igual, así de sofocante.
El torso le brilla, empapado en transpiración.
Y acompasando sus movimientos, los senos redondos y firmes se mecen.
Cualquiera podría caer preso, hipnotizado, con aquel pendular poderoso y húmedo.
Podrían enmohecérsele a uno los ojos, quietos de tanta acuosidad.
Los gotones saltan al vacío y se vuelven vapor al tocar la plancha.
Los chicos se vuelven humedad, la casa se vuelve humedad,
la lagartija se vuelve humedad.
Siente el embrujo del calor abrasarla, incendiarla.
Los pezones se le endurecen y arden.
Los pellizca, los retuerce insensiblemente; no siente la piel.
Queman más aún que la plancha: sus pechos infernalmente encendidos.
Por entre los pliegues del cuello rollizo, como parido de lo húmedo,
como un corpúsculo florecido del sudor, se desliza un pétalo de rosa.
Y detrás de este, otro, materializándose debajo de la papada inefable.
Uno a uno, cada vez con mayor velocidad,
el cuello fue pariendo pétalos y más pétalos de una rosa sin tallo y sin espinas.
Y la mujer, embebida en el vaho sudoroso,
con los pechos sueltos y la mano derecha sobre la plancha,
vio la tabla cubierta de rosas y no pudo terminar el trabajo.

Una de las poesías incluídas en el "Del Amor y Otros Atropellos".
N.R.
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Para comprar el libro mandame un mail a: nykoreffray@hotmail.com
y en el asunto poné: LIBRO.
El costo es de $10.
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martes, 17 de junio de 2008

PRESENTACIÓN...

Junto a Mayra, Matias Reck (mileno caserolo) y el Sr. Merluza.

El domingo se realizó la presentación de mi libro y el de Mayra Jazmín Lucio, en un festejo íntimo, cálido, y lleno de emociones. Y digo festejo, porque fue mucho más eso que una presentación de libros. El lugar se llenó de gente amiga, de sonrisas, de música.
Como cierre musical, las hermosas Srta. Carolina y Paula Maffía hicieron lo que mejor saben hacer: colorear el aire.
Gracias a los/as que estuvieron ahí.
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Si querés una copia del libro escribime a
nykoreffray@hotmail.com poniendo en el asunto: libro.
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N.R.

lunes, 9 de junio de 2008

Presentación del libro



Este domingo 15 de junio (por fín) presentamos el libro. También va a estar Mayra Jazmin Lucio, quien presenta su libro de poemas "Amanecer oscuro". Van a haber amigos leyendo algunas cosas de ambos libros, algo de música en vivo, mates, etc. (Sobre todo eso: muchas etcéteras). Quien quiera venir que venga. La entrada, como reza el flyer/panfleto/afichecito, es absoluta e irrevocablemente grati$.
Se agradece la difusión.
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Si querés una copia del libro acercate este domingo a la presentación
o escribime a nykoreffray@hotmail.com, poniendo en el asunto: libro.
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N.R.

miércoles, 14 de mayo de 2008

Foto: Libro terminado.


"...El cielo parece un velo de tafeta gris plomo tendido sobre los techos de las casas bajas. Los ojos fijos en la chatura de la calle como obsecuentes, maleables, agrietados de calma. La fijación también en el ambiente revuelto, el olor a sexo en demasía, todo junto, latente primero y luego desamarrado, derramándose sobre nosotros dos con su fuerza inabarcable. Ese dulzor en el aire, en las fosas de todas las narices nuestras, que nos devuelven al mundo de los olores, de los hombres, al pan con mermelada y los mates con espuma.
Mechi se prepara para salir a la calle, la cartera abierta sobre la mesa, las piernas leves. Tiene el pelo amuchado en una cola. Yo la miro y en la pizarra, algo que en algún punto soy yo mismo, escribe: “tenés razón, me repliego para no ser el defraudado, para no atarme a los reclamos de nadie, para no…”. Las palabras sucediéndose en un vómito de aceptación y desconsuelo miserables, como dentro de un confesionario cristiano.
Más allá del mundo inanimado de las cosas con sus sombras y retruécanos, Mechi me mira sonriendo. La pizarra se llena ahora de cursilerías, de melodías que se repiten en mi cabeza una y otra vez. La canción se contorsiona reversionando mi infancia y parte de mi adolescencia, con los ojos de Mechi metidos por dentro de mi boca, lechosos y vivos, mirando para adentro. ¿Qué ves en el fondo fondo, en la ruta ciega, en el crudo de mi carne brillante? ¿Qué es lo que ven tus ojos, desnudos de tu cuerpo, en la sola quietud de mi alma? ¿Me ves llorar? Sí, lloro. Lloro sin conseguir hacer otra cosa, y es que a veces la sonrisa quiebra en un llanto jadeante, un llanto de tardes y besos y caricias bajo las sábanas. Imposible refrenarlo, brota como una catarata saliendo de mi humanidad. Brota para llenar ese hueco donde la palabra ya no sirve, ya no alcanza, donde un te amo parece tan inocente, tan básico e insuficiente, donde solo la no-palabra puede alzarse para decir.
“Esta mañana está verdaderamente hermosa”, pienso, y rodeo su cintura con mis brazos. Después unas cuantas palabras cruzadas sin sutileza, arrancadas al silencio impúdicamente con desesperación, que qué hermosa estás, que cuándo te veo así me dan ganas de, pero entonces te tenés que ir al trabajo, y yo con esta desmesura urgente que no entiende de trabajos ni de rutinas, que te necesita ahora, ya, sin postergaciones. No hay tiempo para volverte a desvestir, las agujas marcan un tiempo otro, un tiempo ajeno.Y vuelvo a la máquina, y escribo lo que veo, lo que late, lo que flota de una punta a la otra de la habitación. Eso que escribo es esto que ahora leo, mientras la cara se me empapa de tenerte cerca. Cerca, aunque tu cuerpo me haya besado, se haya marchado, y ahora camine por la calle Florida, rumbo al banco. Cerca, porque nos sería imposible estar lejos..."
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Este fragmento pertenece al cap. 19 de una novela inconclusa.
Es decir que no está en el libro "Del amor...".
N.R.
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Para comprar el libro, mandar mail a
nykoreffray@hotmail.com y en el asunto poner libro.
El costo del mismo es de $10
(con lo cual puedo seguir editando)
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lunes, 5 de mayo de 2008

Del Amor y Otros Atropellos...


Este fin de semana en la FLIA 08 (Feria del Libro Independiente y Alternativa).






¡El viernes se terminó de imprimir el libro, y el sábado ya estuvo en la FLIA!


Editado por la editorial Milena Caserola, el libro "Del Amor y Otros Atropellos" recopila varios cuentos cortos y algunas poesías, escritos entre 2006 y 2007. Tanto unos como otras, rondan la temática de las relaciones humanas en general, haciendo un alto necesario en los amores como atropello, esos que nos arrancan de cuajo, prescipitándonos contra los límites -no siempre visibles- de la razón. Amor, locura, lascivia, muerte, insomnio, personas... Las palabras se dejan amuchar en los textos con toda tranquilidad.
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Para comprar el libro escribir a:
En el asunto poner libro.
N.R.

miércoles, 30 de abril de 2008

F.L.I.A. 08

Este fin de semana mi pequeño ve la luz...
Voy a estar el día sábado por la tarde en el Stand que Milena Cacerola (editorial que me lo edita) tiene en la FLIA. Todo aquel que quiera darse una vuelta para ver/comprar el libro, o tan solo para venir a saludarme, será bienvenido.
La FLIA (Feria del Libro Independiente Alternativa) es el espacio que encontramos nosotros, los autores nuevos, no comerciales, para mostrar lo que estamos haciendo.
Mi libro ("Del amor y otros atropellos") es el resultado de una selección de cuentos cortos y poesías escritos entre 2006 y 2007. Textos muy disímiles a lo que vengo escribiendo ahora, pero que de todos modos son parte conformante de lo que soy como escritor.

Se viene la 7ma FLIA (Feria del libro independiente alternativa autogestiva y amiga) Mucho más que una mera feria de libros. En Federico Lacroze 4181, en el Sexto Kultural (6to. Piso) y en la Mutual Sentimiento (2do. Piso). El sábado 3 y el domingo 4 de mayo, de 12 a 22 hs.

http://www.feriadellibroindependiente.blogspot.com/
info.flia@gmail.com

http://www.elasunto.com.ar/
http://www.poesiaurbana.com.ar/


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N.R.

miércoles, 23 de abril de 2008

Gato

Gato tambalea cola en mármol y rejunta pelo; bola de pelo escupe alfombra y todo trasluce angustia. Aunque.
El gato es más bien un perro, su madre es perro, su padre es perro, hasta sus hermanos cachorros se olisquean los rabos y levantan la pata trasera para orinar. Sin embargo.
Se ovilla deshojando una margarita que saca de la basura. Maúlla un guau asordinado y se siente importante y triste a la vez, mientras hace equilibrio en la medianera con la casa de al lado, donde tienen una siamesa en celo.
Siente todo el peso absurdo y apócrifo de la genealogía que le dice –le grita– que es un perro, un pomerania jaspeado con ojos tristes.
Lucha interna y desgarradoramente, se deshace tratando de maullar como todos los michifuses de aquí junto, travistiendo su garganta hasta lo innombrable.
Cola tira florero que cae y se hace moco. Semejante mastodonte trepado al televisor ¿a quién se le ocurre? La señora ya viene con la pala. Barre, seca, reta.
Gato dudosamente aperrado (apenado) repliega cola entre patas de atrás, se hace una bola y se duerme sin comer en su canasto de mimbre.
Gato dice guau, dice guiau y se pone contento. “Ya casi”, piensa mientras practica un ronroneo nefasto que anhela serlo, y que no pasa de un gruñido mal dicho.
El ovillo perruno duerme y sueña con tazones de leche y bigotes en arco. Sueña que corre y escupe bolas de pelo, que maúlla en La menor con picos agudos en Si y en Mi sostenido; se regocija en su sueño con una libertad que se le escapa en la vigilia. Dormido no es ni guiau ni guau, es un miau elegante y rubicundo que acaricia el paladar cada vez que se lo dice, convocando al azoramiento de la señora y el señor.
Gato despierta melancólico, los ojos abiertos se lo llevan todo otra vez...
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Lo que comenzó como una distracción, mientras las medias se descorrían sobre las piernas, el vestido tomaba su lugar, y el rimel renegría las pestañas de mi mujer, acabó pareciéndome pintorezco y elegante. Así pues, he aquí este gato-perro conpungido que, más alla de todo, sabe muy bien lo que es.
N.R.

sábado, 12 de abril de 2008

Cap. 17

Hostil, la palabrita me tamborileaba sobre la lengua metafísica, sin poder liarla a nada. De hecho la palabra en sí misma se me mostraba hostil, así, desasida de toda cosa.
La hostilidad relampagueaba entonces en el cielo de la hoja (a veces vuelvo al anotador o las hojas sueltas) mostrándome cuan absurdo era el hecho de estar frente a una palabra, que no dejaba de ser una cadena de letras melodiosamente estructuradas, con un significado y una vida antes y después de mí y mi intento de aliarla a mi propia literatura; y era idiota como le daba vueltas y más vueltas buscando urdir un plan de simpatía y repugnancia para ser leído en voz muerta, en los ratos de ocio de las demás palabras escritas.
Yo mismo soy un tanto hostil en mi trato con algún que otro amigo al que siempre olvido llamar. No había sido siempre así –esta austeridad en las amistades–. Habían estado Ferreira y los López (aunque eso había sido en otra época, claro), Lucas y Pablito Suárez, la barra, como le gustaba decirle mi viejo a todo ese grupo, del que ahora solo (me) quedaba Ián.
Uno se vuelve menos… menos retórico tal vez, y se va quedando con otro tipo de cosas. Mucha menos oratoria, o tal vez mucha más. Ián, por ejemplo, adora soliloquiar encubiertamente, y a mí me gusta fingir que no me doy cuenta. Pero después de un rato, empiezo a sentir ese olor a brea caliente que se mete en el cerebro por la nariz, por los oídos, que parece empastar toda la maquinaria intelectual hasta volvernos unos brutos beatos, unos bárbaros. La brea de la oratoria atrofiada, nefasta y vomitiva, que fluye, pero está estancada.
Siempre veneré esa capacidad fascinante y aberrante a la vez de desdoblarse de uno que tienen algunas personas. Yo mismo, de hecho, y a fuerza de intentos truncos, consigo alejarme alguna que otra vez de mí para escuchar lo que digo en voz muerta, y castigarme por las palabras o sentirme vivo, da igual.
Ián con su perorata se zambulle en sí mismo, alejándose de sí. Es el desdoblarse; desdoblarse como en un espejo, esa ilusión de simultaneidad horrenda, que nos permite acomodarnos el sombrero o el vestido sin tener que confiar en la palabra del otro; esa autosuficiencia humana, ese tufo a egolatría que se parece tanto a la brea tibia.
Siento el flechazo en la pantorrilla, la garra diminuta y letal, el oleaje abominable de dolor que se cierne sobre la pierna y arquea el cuerpo todo.
Gato del demonio, ignaro demente, cómo es que acabamos en esta desproporción de condiciones. A veces todo es legal, todo está claro. Yo escribo de todos modos sin las presiones (aunque de vez en cuando viene bien un correctivo).

-¿Quién era Ferreira? –pregunta Mechi, que leía de pie detrás mío.
-Me asustaste. Un amigo de otra época. Hicimos la secundaria juntos en Suárez.
-Hm ¿Y hace mucho que no lo ves a ese Ferreira?
-Hace. Pero sabés que con los años… los amigos, yo… se me fueron volviendo algo bastante prescindible. Ián es una especie en extinción.
-Vos y tu lista negra…
Mechi les pone alimento a las perras y abre las cortinas, la luz entra por todos lados como rabiosa. “El cuarto parece mucho más grande cuando está ella”, pienso.
-Es más que una lista negra, es otra cosa. Cuánto habré puteado contra ese concepto de amistad que me parece tan, tan... absurdo, por llamarlo de algún modo. Egoísta, también.
Esos tipos que se dicen llenos de amigos, qué me van a decir, que tienen una relación real de amistad con cada uno. No existe, son unos debiluchos del espíritu que no saben estar solos, y se rodean de personas para sentirse más a resguardo. Así todo, siguen solos, y esa soledad-estando-acompañado es tanto más detestable que la otra, porque esa ya no abriga esperanzas de ningún tipo. ¿Cómo no ser un idiota en esos casos? ¿Cómo no? ¿Eh? No los juzgo, aunque sí, lo hago. Y mi lista negra me enorgullece. Así como lo oís, Mechita. No te rías, sabés que es verdad.
-Me río de tu ensañamiento, nada más.
-¿Saña? ¿Vos creés que es saña solamente?
-¿Cómo hacés para explicar tu amistad con Ián de tantos años, entonces?
-Ya te dije, lo de Ián es otra cosa, es una especie en extinción, un claro en plena maleza, una bengala estallando sola en el medio del cielo más negro de la noche. Y además no tengo nada que explicar, porque hay lo que no se explica, lo que conmueve desde algún lado que no se ve, que no se puede ver, que está implícito para siempre, desde siempre, y eso es único. Lo innombrable es único.
-Te escapás, te vas por la tangente, por el camino fácil, por la melaza poética que tanto me gusta. Quizá tu teoría de la amistad egoísta no está tan firme como vos decís. Ojo, que las excepciones a la regla terminan refutando la regla, eh. A lo mejor, quizá, a tu espíritu también se le da por flaquear, y tu manera de ponerte a resguardo es evitar el contacto; todo el compromiso que conlleva una amistad.
-Callate y dame un beso, vos.
Sonríe y me besa, sabiendo que las cosas siempre tienen una cara oculta que a veces no se deja ver con facilidad, y cuando por fin se muestra enmudece de repente. Sabe que en esos casos es mejor no insistir; me conoce, me sabe. Y sí, definitivamente el cuarto es tanto más grande cuando está en él.
Mechi había encendido un cigarrillo en la hornalla. El humo disperso en volutas, en esponjas azules sin forma le daba un aura blanda y tierna, arquetípica, que, de espaldas a la ventana, se dejaba ver en su incandescencia.
Los hombros se le recortan por el humo, se evanesce en mis ojos quietos. No tengo ganas de ponerme a evaluar la posibilidad de que quizá tenga algo de razón en lo que dice, que me escapo por los techos conocidos de la palabra en vez de... de... ¡Será posible!
Le quito el cigarrillo de los labios, le doy un par de secas mirando el suelo, enterrándome en las lonjas de madera, astillando la mirada. Hacía tanto que no fumaba. La mano izquierda en el bolsillo del pantalón, la derecha sosteniendo el cigarrillo, rozándome los labios, los ojos por el suelo. Claro que tenía miedo, claro que mi espíritu flaqueaba (¿no todos, por caso?), claro que ella lo sabía. Claro. Entonces me toma por la cintura y me quita el humo de la cara con un movimiento de la mano. Levanto la cabeza, el cigarrillo pegado al labio inferior, el hilo de humo azul que parece quieto en el aire. No quiero darle el gusto de decirle “tenés razón”, aunque ella lo sepa, aunque lo haya sabido desde antes de empezar a hablar, no quiero, pero de todos modos hablo, lo digo sin voz, habla mi expresión, mi manera de sostener el cigarrillo en el labio inferior, dejando que el humo me humedezca los ojos, habla mi silencio, mis ojos, en los cuales no puedo evitar que lea. Me atrae con dulzura, me abraza despacio. Desprende el cigarrillo de mi labio, intentando no lastimarme, y lo apaga en el cenicero de la mesita junto a la ventana.
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Es extraño en mí escribir y no detestar instantaneamente lo escrito. Curiosamente, estos capitulos de una novela aún por terminar, me parecen interesantes, lo cual no deja de asombrarme, y bueno, sí, también contentarme.

N.R.

domingo, 6 de abril de 2008

Insomnio...



Del calidoscopio incandescente que se extiende entre las penumbras del bajo fondo hormigoneado, ausente, sofocado, del pálido barsucho, brotan cual lumbre de la sombra, un hervidero de borrachos y otros gurúes macrobióticos o veganos.
¿Acaso sirve deambular a media madrugada por los adoquinados del bajo?
-Es un poco atípico tanto calor en pleno junio -me dice Aitor, el portero del antro. Yo asiento con la cabeza pesada, como si estuviera realmente llena de cosas útiles. Aitor mira el horizonte humedecido sobre Paseo Colón y enciende un cigarrillo. Las muescas de humo azulado escapan de su boca como espantadas; parecen suaves, inofensivas. Pita relojeando la entrada. Le pido un cigarro por costumbre: ya no fumo.
Del carretel inacabable de criaturas nocturnas, sosegadas por el peso blanduzco de las madrugadas apiladas, encuentro pintoresco no solo al grupo de gurúes, sino también a gran parte de la concurrencia insomne, merodeadora del antro. Por ejemplo hoy: hoy he visto tahúres, prostitutas de franco, una ronda de polacos, un titiritero con su marioneta a cuestas, y músicos a montones. Todas almas inquietas, empujadas tal vez por el vapor húmedo que atiborra las paredes de los cuartos en las pensiones, o por orden del espíritu apelotonado dentro del cuerpo. Que sé yo, mi móvil personal es mi sonambulismo. Simple; mi agotamiento crónico; agotamiento que no llega a agotarme.
Cuando se sufre de insomnio no se alcanza a distinguir con demasiada claridad la vigilia, o mejor dicho, no se la recuerda con demasiada claridad. Uno vive aturdido la mayor parte del tiempo; no se está realmente en ningún lado, porque todo es difuso y atemporal. La mente que no descansa se va alterando de a poco.
La noche se me hace inacabable, desmesurada. Aitor pisoteaba ya la colilla ennegrecida. Yo inspiro el vaho y me siento mejor, más despejado. Desde adentro, como en una avalancha sorda, apesadumbrada, adolescente, los gurúes borrachos vomitan alpiste y se mofan. Se mofan de la serpenteante lava vomitiva regada sobre la mesa, y en el piso junto a la mesa. Aitor escupe sobre los adoquines, y la flema estalla y se fragmenta en calmada metamorfosis. Escalonado, el bullicio crece desde el pie, pegajoso, aturdidor, y se hace eclipse, bola de pelos y aserrín, como una amalgama indivisible. Yo soy uno de esos personajes, extravagante como los veganos y desgastado como Aitor. Soy eso que soy: un espejo de todos ellos; nocturno.
Decido pegarme una vuelta por Defensa y más allá. Por la zanja corre la leche cuajada, como en cámara lenta. Se forman hilos que se deshacen y se vuelven a prensar; se angostan, se enmugrecen. Se forma un pequeño estanque lácteo, contenido por la basura que tapona la boca de tormenta. Huele mal, y todo se envuelve en las melodías álgidas, perniciosas, de los cientos de inquilinatos en San Telmo y La Boca, y se hace uno con el olor a la leche cortada, fiera, intomable.
Tengo que mantener esa imagen, me digo, mantenerla fresca en la cabeza. La leche así, muerta, tiene algo de poético. Esa es la imagen que tengo que guardarme para después, depurarla, entristecerla más aún, y volverla mía, hacerla parte del relato.
Ando en plena soledad, acompañado por el sonido de mis suelas rasqueteando el suelo, sucio y húmedo. La noche se enarbola en esplendores palpables, concretos. Por estas horas el amor cobra carácter de realidad, y encuentra su precio bajo las lechosas luces de la calle. En un pasaje, tras el enrejado salitroso y carcomido de tiempo y óxido, el viejo lee a Arlt. Me siento en la obligación de acompañarle. En el pasillo de la pensión apenas si hay claridad, pero el viejo no lleva lentes. Parte de los siete locos podrían formar los gurúes macrobióticos, y todas las criaturas de esta noche porteña, ensopada de pena y franqueza. Las putas ensortijadas, lustrosas como perlas, y sus cantos de ballena en época de apareo. Reducidas y encriptadas en un único caudal de goce, hoy se toman el día para cerrar las piernas y charlar. Y charlan de las cosas más increíbles, más maravillosas que a uno pudieran ocurrírsele. Hablan de comprar toneles de roble e instaurar bodegas en los sótanos de las pensiones; hablan de la tristeza infinita en los ojos de cachorro de tal o cual fulano, y sus deseos de estrangularle el sexo con sus manos y bocas y pies.
Permanezco junto al viejo en la quietud de la sombra, imaginando las charlas que deben de estar, por estas horas, en su apogeo.
El viejo parece un hombre calmo, parsimonioso. Lleva el rostro surcado de maldiciones y tajos bajos; caudal de grietas ensimismadas, todas permanentes, todas enlutadas. Los ojos parecen tener en su consistencia una cremosidad penitente; están clavados en la palidez de la hoja, van sujetos en la negrura del contenido. Así pasan unos veinticinco minutos silenciosos. El viejo tuerce el pescuezo y dice, con los ojos retraídos: “Y la ciudad de nosotros, los reyes, será de mármol blanco y estará a la orilla del mar... y seremos como Dioses...” Dicho esto, volvió la cabeza.
Crucé el enrejado sin hacerlo crujir, el empedrado me acogió en su humedad nocturna con brazos piadosos. El carretel seguía girando desbocado, regurgitando criaturas negras. Doblé por EE.UU. con dirección al barsucho nuevamente. La brasa en los labios de Aitor era un faro en la oscuridad, un neón adormecido que se intensificaba de a momentos y se veía envuelto por una cortina de humo blanco. Empuja una de las hojas de la puerta y me adentro en ese antro tantas veces convertido en hogar, tantas veces vuelto refugio contra el atropello irrefrenable de mi malestar insomne. La atmósfera se respiraba enrarecida; los vahos del vómito reciente flotaban como idiotas saturando el aire. Las putas se habían ido; la espuma de malta, rígida en círculos repetidos de vidrio sucio sobre las mesas, impregnaba con su amargor mi paladar, como si el olor pudiera prenderse, sin haber probado el líquido siquiera.
Camino en derredor de las mesas como ánima sin cuerpo, como efluvio liberado en los canales vivos de la noche, y no me asiento, no sedimento en rincón alguno. La borrachera está en el aire. La sonzera de los no sacros, envilecidos por el vaho, me resulta triste, fatalmente miserable, y arremeto contra la sombra, contra la noche de las bestias noctámbulas, y abandono el lugar.
En la calle, Aitor parece ajeno al paso de las horas, se mantiene recio, de pie junto a la balaustrada invisible, con vista al adoquinado húmedo, alineado, como un mar de cabezas de piedra. Allá, en el horizonte, el bulbo solar se alza, y todas las criaturas retornan a sus cubiles; el viento embolsa las faldas, despeina bigotes, se retuerce entre la humedad y las sombras, y yo empiezo a sentir una necesidad, apenas perceptible pero creciente, de descansar.
Me despido en silencio. Desando los pasos hasta la pensión con la pesadez en el alma, con el cuenco de los ojos lleno de imágenes en bruto. Y cruzo, una vez más, los ríos lácteos, apestados; el pasillo, ahora luminoso y solitario, donde el viejo leía a Arlt; los ojos de las mil caras ensombrecidas por la claridad. Y a medida que desando el camino, se repliegan sobre sí las criaturas enviciadas; sus rostros llagados y pustulentos. Se van ocultando en la sombra, entregadas al oprobio, a la vergüenza, dejándose ganar los corazones por el frío húmedo que enquista, bajo la piel, el murmullo de soledad, volviéndola carne en los cuerpos. Y avanzo entristecido por los callejones embarullados de silencio, con mil ojos metidos en los míos propios, para ver rendida sobre la vereda semimuerta, la mansa ceguedad de los demás noctámbulos.

miércoles, 26 de marzo de 2008

Nacimiento.

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Las hojas se arremolinaban dentro del cuarto conformando el viento, se pudrían en el viento, en las cosas, en los muebles. La casa latía desde adentro, las paredes empapadas condensaban las lágrimas de las criaturas, las sordas criaturas que batían alas en la penumbra, como un juego. Mi madre sudaba hecha un nudo entre las cobijas y las sábanas, con el vientre hinchado y los ojos inquietos, inyectándose lenta pero inalterablemente de una vivacidad admirable. Mi padre, en cambio, intentaba justificar su inutilidad gritando por teléfono a alguna criatura gris e inevitablemente también sorda al otro lado del auricular.
La habitación se hallaba en el centro exacto de un remolino nada bucólico de viento y hojas. Al igual que el resto de la casa, apestaba a sudor y maternidad. Los pisos de madera amplificaban los pasos histéricos de mi padre, que seguía batiéndose en duelo invisible. Las horas se arrinconaban en los espacios húmedos del aire, detrás de los muebles. El gato observaba todo desde abajo del ropero, como reconociendo en el viento a un enemigo inabarcable.De esos momentos solo guardo sensaciones o atisbos de recuerdos, que se confunden en la ceguedad de los no-años y la no-materia, aunque uno existe desde el momento en que es, y no antes. La tarde comenzaba; se respiraba con dificultad con tanta hoja pegada al paladar y por dentro de la garganta, arañando con sus nervaduras todo el largo de la laringe. Mi padre callaba, mi madre aullaba, y yo, en ese preciso y devastador instante, donde el calor se tornaba más irrespirable y denso, nací, vomitando sobre el colchón ensopado mi primer llanto audible, y unos restos de placenta, más parecidos a la ausencia y la soledad.