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"...El cuerpo de Mechi se erigía como un altar o un tótem en medio del comedor, perpendicularmente a toda esa horizontalidad de Ezequiel, a esa falsa quietud que aparentaba. Efímero, mortal, pensativo, él se dejaba apartar de todo en un silencio de ingeniería, en un momento de sinceridad absoluta. Ahí estaba, tendido en sus inseguridades, con el bocado de sus miedos a medio tragar, empantanado y silencioso, en una maraña de frazadas que empezaba a molestarle. Sus miedos eran siempre el mismo exacto abanico, ese conjunto que componían la muerte, el tiempo, y el sentir que no tenía control sobre ninguno de los dos. Pensaba, entonces, que las pequeñas cosas no tienen tiempo, simplemente suceden. Si uno pudiera tan solo suceder. .."
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N.R.