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Parte del Cap. 27 (Novela)
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"Ián deja ir los pensamientos. La caja de Pandora que lleva sobre los hombros desnudos es una boca abierta que escupe y escupe y escupe. Los males del mundo escapan en todas las direcciones. Un fotograma velado, millones de puntitos amarronados, quemaduras de cigarrillo. Ián que fuma como una chimenea, echa el humo hacia arriba y la cabeza hacia atrás. El silencio se revuelve en el silencio, los pasos no conducen a ninguna parte. Hay un pájaro que golpea desde adentro en una ventana cerrada, una melopea que viene muy desde el fondo de algún lado, se la oye lejana, el estado trágico que se mete por los oídos. Ián mira el techo nebuloso del cuarto, las manchas de años, sentado en su silla de madera, tapizada con cuerina verde inglés. No es una melopea, es más bien un grito interminable y monótono, la soledad del ser vuelto a sus concavidades, a sus curvaturas. Es él, Ián, recostado en su silla, en cueros y pantalón de vestir un poco roído, es él, con el interior hacia fuera y la cabeza hecha un globo. Piensa por pensar nomás, sin poder definir su pensamiento, y los restos de la manzana que acaba de comerse empiezan a colorearse, a tomar un tono cobrizo. La mira, mira el cabo vertical con marcas de dientes por todos lados, calcula cuanto tiempo tarda el aire en convertir una cosa en otra. Afuera, la tarde sin sombras, florecida de policromías. El perfume de eucaliptos verdes y el tacto de malvones, afelpados como duraznos. Recuerdos de Suárez que llegan a conmoverlo. Una lágrima rueda desde el ojo derecho, se encausa por los pliegues de la cara, llega al mentón, se suelta, y estalla contra el pecho desnudo. A esa le siguen dos más que se pierden por debajo del cuello..."
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N.R.
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