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"Manuel había visto entreabierta la puerta que daba al parque, un viento suave y cálido la balanceaba apenas. Era viento norte, arrastrado por campos y ciudades a través de mares de gente, de cuerpos de hombres y mujeres dormidos, despiertos, dolientes. Abrió la puerta y vio el parque amarillo, completamente desierto; un parque infinito y vivo, que movía sus dedos marrones, sus dedos arbóreos, con pesadez y silencio. La sábana azul celeste del cielo estallaba entre ocres y amarillos, desparramando esquirlas, pedazos de infinito sobre los árboles. Dio unos pasos y las hojas comenzaron a croar bajo sus pies, tuvo una sensación de modorra instantánea, una conciencia del propio sueño trepándosele a los hombros como una especie de mochila inmensa. A medida que se alejaba de la casa el peso crecía, llamó a Amalia una, dos veces, pero la voz se perdía en lo amarillo, quedaba sepultada entre las hojas. Se sintió desnudo como el sauce, vacío como el viento, capaz de terminar su vida y entregarse a la ceremonia de la tierra, ceder, cederse, enamorado de lo inasible. De pronto tuvo la impresión de que lo espiaban, las cortinas y ventanas de todos los cuartos estaban abiertas pero no se veía a nadie, era como si algún visitante invisible hubiera decidido que había que ventilar los ambientes. La casa le pareció lejana y absurdamente grande, no había en ella más que sombras. Emprendió el retorno, primero caminando, después lanzado a una carrera frustrante, en la que, con cada paso suyo el monstruo parecía alejarse dos pasos más allá, como si bajo la alfombra amarilla de hojas muertas se ocultara una cinta que lo devolvía a la distancia, a mirarlo todo desde lejos. Manuel cerró los ojos, los apretó con fuerza, y sintió un mareo ligero, una náusea distante y como en sordina, al volver a abrirlos se encontraba en el porche, de frente a la puerta de madera. Cruzó el portal y entró a la casa. La primera sensación que tuvo fue de una profunda melancolía, provocada, tal vez, por la visión del otoño omnipresente, los ambientes como una prolongación del afuera. Cerró las ventanas, encendió una hornalla y se sentó en el suelo a respirar."
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Nicolás E. Reffray
1 comentario:
Qué vamos a hacer con el otoño...?
Yo por lo pronto, también voy prendiendo hornallas... La mesa de la cocina, el cafecito servido en mil colores, las ganas de alejarme corriendo de todo, y sin embargo seguir corriendo en la misma dirección una y otra vez... Sentirme espiada en mi desnudez de no atreverme al cambio,
Lo queramos o no, siempre nos entregamos a las ceremonias de la tierra. Somos esos brotes de primavera, que se hacen hoja y que caen a la tierra otra vez...
Todos somos un poco Manuel...
Y qué hacemos con esto?
"Qué vamos a hacer con la melancolía madre de todo?"
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