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"...En su constante resistencia a caer había cierto estoicismo, cierta soberbia de la especie (y él odiaba la especie, y odiaba conformarla, sin embargo, a veces se veía embarrado hasta el cuello en ella). Mépris lo observaba mudamente. Se sintió falso y despedazado bajo el filo de esos ojos, no sabía bien por qué se sumergía en esa amargura deprimente y hostil, por qué todo se le volvía extraño y como ajeno en esa hora en que las alusiones suelen volverse más ininteligibles y un poco estrambóticas, si se quiere. Era del tipo de los que sienten una debilidad por los estados bajos, una especie de comodidad, aunque esa no fuera exactamente la palabra. Tuvo siempre esos arrebatos, esos desboques hacia otros signos, signos duros, que a lo largo de los años lo fueron perfilando a una naturaleza extraña. De niño, esa “obsesión” lo llevaba a ir en mitad de la noche a escuchar la respiración de su padre; el terror latente a quedarse solo. Se arqueaba sobre él en la penumbra y lo observaba con detenimiento, con angustia. Así permanecía unos minutos, respirando agitadamente, hasta que volvía a su cuarto y se dormía agotado. Lo había hecho durante años, y ahora, después de mucho, le venía a la cabeza esa misma sensación amarga, ese grito contenido en medio de la oscuridad.
Las acciones de un hombre tienen siempre el tamaño de su circunstancia, pensó abstraído. ¿Cuál era entonces la circunstancia de Ian? ¿Qué clase de sombra lo mantenía en esa espiral de oscuridades, en ese laberinto recóndito? El gato maulló, porque los gatos maúllan. En los albores de la ciudad comenzaba a anochecer, y Ezequiel sintió que necesitaba una tregua. Es curioso como, internamente, pensó en esa palabra, “tregua”, como en una especie de llave mágica, un pañuelo blanco arrebatado por el viento. Mechi lo besó largamente en la boca, recién entonces pudo respirar aliviado, como si el beso lo devolviera a la superficie y a la vida, luego de haber estado sumergido por horas en el fondo de un pozo..."
Las acciones de un hombre tienen siempre el tamaño de su circunstancia, pensó abstraído. ¿Cuál era entonces la circunstancia de Ian? ¿Qué clase de sombra lo mantenía en esa espiral de oscuridades, en ese laberinto recóndito? El gato maulló, porque los gatos maúllan. En los albores de la ciudad comenzaba a anochecer, y Ezequiel sintió que necesitaba una tregua. Es curioso como, internamente, pensó en esa palabra, “tregua”, como en una especie de llave mágica, un pañuelo blanco arrebatado por el viento. Mechi lo besó largamente en la boca, recién entonces pudo respirar aliviado, como si el beso lo devolviera a la superficie y a la vida, luego de haber estado sumergido por horas en el fondo de un pozo..."
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N.R.
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