martes, 29 de julio de 2008

Pedacito minúsculo del Cap. 24

"De repente Ián se supo solo. Tenía la sensación de haber soñado, y que eso soñado era análogo a esto otro que ahora le pasaba. Tuvo que apretarse las sienes con ambas manos, para liberar su cabeza de la presión perpendicular que lo aplastaba.
Podía andar por Buenos Aires al margen de la ciudad y sus lobos, ir con el cuello levantado y las manos en los bolsillos, intentando discernir sueño de vigilia y vigilia de ilusión, porque de tanto en tanto se le mezclaban las cosas y lo confundía todo. Su pandemonium erecto lo aturdía constantemente, y caía preso de situaciones tales como la que acababa de atravesar. Lo tomaban por loco o por idiota demasiado seguido. Hasta la cuestión más baladí lo dejaba mal parado.

Yo, mientras tanto, avanzo a gatas por sobre el luto de la tía abandonada. Me incomoda un poco la imagen mental persecutoria, la metástasis generalizada de un mal enteramente cerebral y falaz. Siento el cuerpo adolorido, engripados los conceptos, las ideas. La mente sufre y el cuerpo paga, la confirmación de aquello me llegaba ahora involuntariamente de manera violenta. La cabeza me late a tempo, es un machaque imposible de eludir. ¡Didí!, grita el vacío. ¡Muerta!, responden mis ansias, ¡muerta para mí, muerta para siempre! ¡Asesino!, repone el vacío, arrumbado sobre la cáscara de la corporalidad. El llanto trepida en el filo del alma y los ojos. No hay respuesta, el interior calla. Otra vez: ¡Asesino! Y la sombra se cierne en eclipse del ser. Esta vez sí, la lágrima inmensa es liberada sobre el rostro, y yo, que en la soledad del departamento vacío buscaba algo que me hiciese no pensar, me vi sumido hasta la cintura en la más repugnante mierda de la culpa."
N.R.