lunes, 3 de noviembre de 2008

Parte del Cap. 26 (Son sólo palabras...)
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"...El tren corría sobre las vías como enajenado, avanzaba tartamudeando. Silbaba su gran lomo de acero en el viento, apartando cuanta alma se cruzara en su camino. Cabeceé un par de veces y volví a caer rendido por el cansancio y el vaho insoportable del vagón. Estaba amaneciendo.
Incorporándome en mi asiento me limpié la baba a los lados de la boca, en las comisuras. Esa baba reseca y enrarecida, densa por la tierra oscura que volaba en el ambiente. Se me ocurrió pensar que así es como nos va ganando la tierra, de a poco, hasta sepultarnos. Cuando abrí los ojos, el tren se detenía en mitad de la nada. Unos techos de chapa y una calesita, una capillita ridícula levantada entre el polvo de un cruce de caminos. Una cubierta inmensa de tractor pintada con aerosol blanco indicaba: “Gomería Don Naides”. El vagón estaba vacío, y sólo yo en él, como un espectro. Me restregué los ojos para declararme definitivamente despierto, y me dispuse a bajar del tren para estirar un poco las piernas. Vista desde fuera, la gran mole de acero ahora quieta, parecía injertada a la fuerza en el paisaje verde y yermo. Anduve al lado del tren un buen rato, fui y vine, desde la locomotora a mi asiento, y de mi asiento a la locomotora. Me senté en el pasto a esperar y un perro vino a lamerme las manos. Le acaricié la cabeza. No había visto a casi nadie en ninguno de los demás vagones. Serían eso de las nueve de la mañana cuando el tren retomó la marcha. Yo me trepé de nuevo al convoy. Escuchando los mugidos que dejaba escapar el maquinista, sentado ya en mi asiento, pensaba en mamá y en Mechi. La curva de los acontecimientos y el murmullo entallado en mi cabeza, desvestía mis angustias a diestra y siniestra. Acá una lágrima mitad y mitad, allá el marasmo de la pena; acá mi rostro secándose al sol y al viento de la ventanilla abierta, allá una corona con flores blancas y lilas que llega antes que el desayuno; acá un cuaderno con anotaciones en birome azul, partes de la novela que aún no acabo, allá el viento que levanta polvo, tierra, hojas y basura. La locomotora que muge otra vez, y yo me recuesto con los pies en el asiento de enfrente, y me pongo a escribir.
Totó me fue a recibir a la estación con la algarabía desaforada de siempre. Abrazos interminables, besos, un sandwichito de salame y queso para ir despuntando el vicio olvidado con tanta comida de ciudad, palmadas en la espalda que casi me dejan sin aire, y un poncho de lana, porque estaba fresco..."
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N.R.