jueves, 17 de mayo de 2012

Poema número 45


Hay una franqueza inviolable, infranqueable, una densidad oblicua a todas las cosas, a todos los hombres, a todas las vidas. Hay una franqueza imposible de sortear, una franqueza absoluta que no se pierde ni se pervierte en lo infinito más absurdo, en lo diario, en lo cotidiano. Una franqueza muerta, llena de… esperanza. Una franqueza que nos toca, nos toca aunque no queramos, nos viola, nos pervierte, nos esconde, nos oculta en lo más profundo de nosotros mismos, como si fuéramos receptáculos, como si fuéramos bauleras o baúles quietos, sordos, tirados en la oscuridad más absurda y más ridícula de un patio con mayólicas y flores secas. No hay primavera en esos momentos, en esos espacios, en esas soledades. No hay primaveras ni puertas abiertas a la nada.
Quiero convencerme que puedo con las cosas. Que las palabras no se pierden en el olvido ni en la nada, aunque quizás no escuche jamás esto que estoy diciendo, aunque jamás lo pase a un papel, o jamás me seque con esto las manos como si fuese una toalla verde, como si fuese un pedazo de mi vida, desdibujada, desdoblada, desenhebrada de mi voz, de mi boca, de mis adentros. Yo soy las palabras, y en ese ser no soy más que eso, lo imponderable ausente.