sábado, 5 de marzo de 2011



Entonces toqué sus labios con los míos, toqué mis labios en los suyos, una sensación de algas tiernas sobre la piel blanca, una sensación de desahogo y de grito cristalizado, de grito cristalizado y de algas tiernas, sobre la piel blanca. Ella habló y fue como si yo también hablara, como si su voz saliera de mi voz, de mi boca, en la noche del día, en la oscilación del aire. Su voz y mi voz cristalizadas en un batir de alas, en un canto de ángeles. Una boca sobre la otra, recelosas ambas, incrédulas, y la voz se desparramaba por todo el cuerpo, arrebujándonos fuerte, la voz sonreía desde un recoveco invisible, desde un ensayo transparente de otra cosa de otro. Su piel se llenó de mis manos, se llena y se vacía y se vuelve a llenar. Su piel tiembla. Tiene una margarita en el pelo, una coronita blanca con su sol amarillo, un sol de jardín de infantes, amarillo, como de azafrán, y yo la nombro y es como si ella se nombrara a si misma, y la sonrisa de uno es la sonrisa de los dos, y el beso, y el beso.
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Nicolás Reffray