sábado, 20 de noviembre de 2010

XIX.


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Ahí está la luna, como un resto de nube más,
anónima en el firmamento claro de las seis de la tarde.

Ahí, luna, media pelota prendida del aire,
una fosforescencia tímida que investiga en la tarde los colores del día y el movimiento,
que ahoga los cielos con su pasividad menguante
y se trasunta en poemas de juventudes que miran para arriba.

Efímera en su noche de luz caída,
en su tiempo justo de oscuras prepotencias.

Luna, puta confundida de nube, amnésica, ectoplás­mica,
¿saben, acaso, los hombres mirarte?
Saben jurarte, saben prometerte. Eso sí.

Luna de espanto, dulce luna de tiempo,
somos los hombres tus satélites.
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Nicolás Reffray.