jueves, 3 de julio de 2008



5

Una lagartija bailotea en el techo,
Los más chicos juegan a cazarla, a matarla.
El vaho de la siesta se vuelve más denso, irrespirable.
La mujer está cansada, le chorrean las sienes.
La lagartija se pierde detrás de un mueble; los chicos salen a la calle.
La mujer respira fatigada y mira la pila de ropa sin planchar.
Le temblequean las piernas. Le suda el alma.
Se quita la blusa y el corpiño, y continúa la labor desnuda.
Las gotas ruedan desde el cuello y se pierden entre sus dos tetas majestuosas.
No podía recordar otro verano igual, así de sofocante.
El torso le brilla, empapado en transpiración.
Y acompasando sus movimientos, los senos redondos y firmes se mecen.
Cualquiera podría caer preso, hipnotizado, con aquel pendular poderoso y húmedo.
Podrían enmohecérsele a uno los ojos, quietos de tanta acuosidad.
Los gotones saltan al vacío y se vuelven vapor al tocar la plancha.
Los chicos se vuelven humedad, la casa se vuelve humedad,
la lagartija se vuelve humedad.
Siente el embrujo del calor abrasarla, incendiarla.
Los pezones se le endurecen y arden.
Los pellizca, los retuerce insensiblemente; no siente la piel.
Queman más aún que la plancha: sus pechos infernalmente encendidos.
Por entre los pliegues del cuello rollizo, como parido de lo húmedo,
como un corpúsculo florecido del sudor, se desliza un pétalo de rosa.
Y detrás de este, otro, materializándose debajo de la papada inefable.
Uno a uno, cada vez con mayor velocidad,
el cuello fue pariendo pétalos y más pétalos de una rosa sin tallo y sin espinas.
Y la mujer, embebida en el vaho sudoroso,
con los pechos sueltos y la mano derecha sobre la plancha,
vio la tabla cubierta de rosas y no pudo terminar el trabajo.

Una de las poesías incluídas en el "Del Amor y Otros Atropellos".
N.R.
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