jueves, 27 de agosto de 2009

Cap. 35

"Se buscaba en esa demora de entendimiento, y de algún modo se preguntaba si podría permitirse la felicidad antes de la muerte. En momentos así se imaginaba la última bocanada de aire entrando en su boca como un gran copo de algodón, la llave entreabriendo una puerta, el espacio liberándolo del peso, la física, ya por fin contrahecha e inentendible. Una muerte blanca definitiva. Con los ojos cerrados se veía de pie entre las cruces de madera y los artificios funerarios: la mala muerte. Las tumbas y el sonido del viento le llegaban entrecortados, todo parecía moverse en otra modalidad del tiempo, en otro estado de causas y efectos, mucho más allá, mucho más como sensaciones vivas, desflorándose frágiles en su oído y su tacto. Una humedad apagada que le pasaba sus hilos por la cara una y otra vez hasta el asco, hasta que al final se decía en un grito «¡ya basta de tanto!, ¡ya basta de todo!» y tenía que salir a la calle a respirar ciudad y meterse en algún bar, en algún cine: había que meterse donde fuera con tal de no meterse en uno. Meditaba, y en el reposo era el combate, sus costados débiles, los agujeros de sombra que regurgitaba como si fuesen moscas que salían de su boca. Luchaba desde esa quietud inquieta, desde esa ciudadela en ruinas de sí mismo."
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Escribir se me vuelve a veces como una suerte de conjura contra mi mismo. Un hermetismo pronunciado que caduca en cuanto se me lee.
Ahora mismo, mientras publico estas palabras, dudo que algún curioso par de ojos se les acerque, lo que las convierte en una pérdida total de mi tiempo.
Así todo...
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N.R.

1 comentario:

La Brisa de Hoy dijo...

No! nunca es una pérdida de tiempo!!!