lunes, 11 de marzo de 2024

Sobre Mirjana y los que la rodean



Sobre Mirjana y los que la rodean, de Ivor Martinić.


Por Nicolás Reffray


Hay en el encuentro teatral, en la comunión de la puesta en escena, un acuerdo tácito y una aceptación por parte de todas las partes, tanto arriba como abajo de las tablas. Se acuerda creer en eso que vemos, eso que se expone a nuestros ojos y que llamamos representación; se acuerda también reconocer en esa teatralidad cierto espejo común, cierta unidad duplicada, elevada, que nos permite la ampliación de nuestro mundo gracias a lo catártico.
Jugar con las formas de lo humano, lo social y lo vincular permite desarticular la escena para rearmarla a gusto. Y eso porque no hay otras formas de lo inasible, ni espacios triturados en un como-sí de relaciones y diálogo y desesperación contenida, porque al fin de cuentas vivimos en sociedad y somos lo que somos. De acuerdo a esta óptica, entonces, el otro, el prójimo, ese que no somos, nos confronta con lo espantoso de lo desconocido, con lo ominoso. Ahí la obra: el otro.
Mirjana es madre, es hija, es divorciada, es secretaria y es mujer (sobre todo es mujer). Al borde de todas estas categorías está el engaño de lo no-dicho, las trampas del lenguaje como artilugio del vínculo social con los otros, la mirada al vacío perdida en la cuarta pared, pero disimulada detrás de un supuesto diálogo, la proximidad engañosa en el espacio, el desdoblarse del tiempo y la posibilidad de un adiós frente a la muerte. Los engaños componen la obra, le dan forma, la estructuran. Es el engaño quien nos ofrece un rompecabezas desordenado -pero así todo legible-, una historia justa, pequeña, de vínculos raídos y desamor.
El espacio de la escena se fragmenta en pequeños sub-escenarios que definen una distancia, bajar de esas tarimas es entrar en el juego, es romper con la inercia y la inmovilidad. Amor, odio, infidelidad, temor, adolescencia, depresión, dejadez, abandono, desnudez, todo se juega en clave de rutinaria desesperación y angustiosa inseguridad. Ahí donde el diálogo se vuelve por momentos demasiado simple, y por demás sencillo, ahí es donde lo escénico se conjuga para sacarle brillo al texto dramático. Y si bien las actuaciones no deslumbran, coaccionan a la perfección entre sí para desnudar cuerpo y alma en esta tragedia moderna en donde vivir se presenta como una suerte de oscuro atravesamiento, de lastimosa realidad.
Podría seguir apilando palabras, todas ellas incompletas, podría tratar de nombrar algo de todo eso que en la obra se inscribe entre líneas, porque hacer crítica es un poco eso, saber leer en la grieta, en medio de la oscuridad, sin embargo cuanto más lo intento más me encuentro de cara a un vacío espeso, a una oscuridad elemental, tratando de encajar las piezas de este rompecabezas complejo que no se define por la palabra. Ahí entonces tiene su voz la puesta, el hecho teatral, para decir lo indecible.

No hay comentarios: